Cada vez menos bodas, y aún menos por el altar

Matrimonio y Familia |

(El País).España se está secularizando a toda velocidad. La caída de los matrimonios religiosos es el indicador más claro de una tendencia que comenzó hace tiempo pero que hasta ahora no se había manifestado de forma tan contundente. Las cifras son muy elocuentes: en 1980, el 96% de los matrimonios se hacían por la Iglesia; en 2005 eran el 60% y ahora mismo no llegan al 22%. Hasta hace poco, las manifestaciones de religiosidad estaban muy influidas por la tradición o la inercia. Y aún ocurre. Mucha gente se declara católica porque ha sido bautizada, pero no se acerca a una iglesia más que para los entierros. Las estadísticas sobre nupcialidad muestran ahora una acelerada y probablemente definitiva oleada de secularización. La mayor parte de los jóvenes viven al margen de cualquier iglesia y si se casan, lo hacen por lo civil. Hasta ahora, muchas parejas pasaban por el altar por no incomodar a la familia, pero ellos ya no se sienten obligados por esas convenciones.

Hay muchos factores que explican el vertiginoso cambio en la nupcialidad. Para empezar, hay menos matrimonios en general. En 2015 apenas se celebraron 168.000 bodas, cuando en 2000 fueron 216.000. A ese descenso contribuye sin duda la demografía, pues justo ahora llegan a la treintena las generaciones vacías que sucedieron a las del baby-boom. Pero la crisis también ha contribuido, y mucho: cada vez es más difícil emanciparse. La inseguridad laboral y los bajos salarios obligan a muchos jóvenes a seguir viviendo con la familia o, si tienen suerte, a compartir piso, pero difícilmente reúnen las condiciones que consideran necesarias para formar un hogar. De hecho, los jóvenes de 16 a 29 años que pueden vivir sin la ayuda de la familia no llegan al 20%. Eso explica que la edad media del primer matrimonio sea en España de 33,8 años en los hombres y de 31,7 en las mujeres, muy cerca ya del país que registra las uniones más tardías, Suecia, con 35,5 y 33 años de media, respectivamente.

 

 

Pero los mayores cambios proceden de la evolución cultural y social. Durante siglos el matrimonio sirvió para formalizar la relación y permitir, en el caso de los creyentes, las relaciones sexuales. Pero eso cambió a partir de los años setenta. Muchas parejas empezaron a convivir sin formalizar la unión, algo que antes no solo era pecado, sino motivo de escándalo. Con el tiempo pasó a ser frecuente que la boda se formalizara tras el nacimiento de los hijos, simplemente para acceder a las prestaciones vinculadas al matrimonio, pero con la equiparación de las parejas de hecho, esa formalidad tampoco es ya necesaria.

A ello se añaden ahora otros fenómenos culturales emergentes, de difícil valoración. Por ejemplo, el aumento del individualismo y una cierta resistencia al compromiso por parte de muchos jóvenes. Cada vez hay más parejas que siguen el patrón living apart together, es decir, juntos pero cada uno en su casa. Matrimonio, sea civil o religioso, significa compromiso, y en estos tiempos líquidos que tan bien ha descrito Zygmunt Bauman, muchos jóvenes están interiorizando que para adaptarse a las exigencias de flexibilidad de la nueva economía desregulada, cuantos menos lazos, mejor